Después de indicar que el yo encuentra su función en unir y conciliar las exigencias de las tres instancias a cuyo servicio se halla, añadiremos que tiene en el superyó un modelo al cual aspirar. Este superyó es tanto el representante del ello como el del mundo exterior. Ha nacido por la proyección en el yo de los primeros objetos de los impulsos libidinosos del ello.
El superyó conservó así caracteres esenciales de las personas inocentadas: su poder, su rigor, vigilancia y al castigo.
El superyó, o sea la conciencia moral que actúa en él, puede, pues mostrarse dura, cruel e implacable contra el yo por él guardado. El imperativo categórico de Kant es, por tanto, el heredero directo del complejo de Edipo.
A causa de esta coincidencia, el superyó, sustitución del complejo de Edipo, llega a ser también el representante del mundo exterior real, de este modo el prototipo de las aspiraciones del yo.
El complejo de Edipo demuestra ser así, como ya lo supimos desde el punto de vista histórico, la fuente de nuestra moral individual. En el curso de la evolución infantil, que separa paulatinamente al sujeto de sus padres, va borrándose la importancia personal de los mismos para el superyó.
La última figura de esta serie iniciada por los padres es el Destino, oscuro poder que sólo una limitada minoría humana llega a aprehender impersonalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario